jueves, 18 de marzo de 2010

La trinchera II


Hoy es el día, hoy es el día en que moriremos, hoy es el día en que por fin descansaremos de este horror.


Nada más abrir los ojos he visto el resplandor del sol. Los débiles rayos del amanecer me han hecho sentir algo maravilloso. Me han reconfortado como el abrazo de una madre a su hijo.
Nadie apenas, ha dormido, estamos agotados. Los rumores del inminente ataque nos han sumido en una noche de insomnio y miedo. El capitán empieza a vociferar. Jalea a los soldados para que se preparen.
Ha llegado el momento, ¡estoy listo!

Están repartiendo una especie de caldo muy caliente, con un trozo de pan y un trozo de tocino. Tenemos aproximadamente media hora para prepararnos.
Las órdenes son sencillas ¡¡¡avanzar, avanzar y avanzar!!!
He rezado varias oraciones, y me he asegurado de que mi carta sigue bien en su hueco. Alguien la encontrara algún día, y esta locura no será olvidada. Durante estos días, mientras montaba guardia, he estado observando el terreno. La única oportunidad que tengo es correr en zig zas, e intentar avanzar los aproximadamente 300 metros, a toda velocidad. Esquivare los cuerpos y defensas, y atravesare las alambradas por los lugares que estén destruidas. No he podido calcular cuánto tiempo tardare en recorrer esta distancia, pero si estoy casi seguro, de que las probabilidades son nulas de conseguirlo. Solo la posibilidad de ser superiores en número, podría decantar el éxito hacia nuestro bando.
El sargento pasa revista acompañado de un sacerdote que está pasando a toda prisa, dándonos la bendición.
Escucho el silbato, es la señal. Preparo mi fusil, me ajusto el cinto fuertemente a la cintura y monto la bayoneta. Las piernas me tiemblan y el sudor cae por mi frente, aunque estamos a 10 grados. Nos ponemos en línea junto a las escalas, por las cuales saldremos a cientos de las trincheras como ratones huyendo de un fuego.
Suena el segundo silbido. Los morteros empiezan a castigar al enemigo. Durante los próximos minutos caerán sobre el enemigo gran cantidad de proyectiles para confundir y favorecer el ataque. Las ametralladoras pesadas ajustan la munición y se preparan para hacer fuego de cobertura. Su misión es mantener al enemigo con la cabeza baja el mayor tiempo posible.
Caen los primeros proyectiles y el ruido ha provocado un sobresalto entre nosotros, parecemos caballos asustados. Miro a mí alrededor, y contemplo las caras de miedo, yo mismo estoy llorando.
Alguien vomita, y varios a su vez hacen lo mismo. Ahora me tiembla todo el cuerpo. Seco mis lágrimas y rezo por que mi muerte sea rápida. Para nada se me ocurre sobrevivir a esta matanza.
¡El tercer silbido!
Alguien grita, las ametralladoras hacen un ruido infernal, alguien nos empuja hacia delante. Todos gritamos.
Salgo disparado como un resorte de la trinchera, impulsado por los soldados encargados de asistir en la salida... ¡grito!
Corro e intento ir hacia la izquierda, somos tantos que tropiezo con alguien y caigo nada más salir. El ruido es tremendo. Tengo barro por todo el cuerpo y casi no puedo levantarme. Me arrastro unos metros y consigo levantarme. Alguien a varios metros detona una mina y salta en pedazos. Ahora la explosión me hace caer al suelo esta vez hacia la derecha. El ruido de la explosión me ha dejado un zumbido increíble en los oídos, ¡estoy aturdido!
Me levanto, las minas se detonan a cada paso y grito para no escuchar nada, las lagrimas y el barro no me deja apenas ver, tropiezo con una alambrada. Durante unos segundos me quedo enganchado, pero salto hacia atrás y se me desgarra la tela del uniforme. Avanzo hacia la izquierda y pasamos por un hueco de apenas un metro, muchos a empujones y otros medio arrastras, sigo corriendo entre explosiones. Cada pocos metros tropiezo con algo y caigo. Aun no he disparado, ¡no veo nada! Además el fusil esta embarrado, no podre usarlo, solo la bayoneta estará conmigo...
Me aproximo los últimos metros, corremos como demonios, gritamos y apuntamos el fusil hacia delante. Estamos en éxtasis, la adrenalina invade aun mas nuestras venas, el corazón funciona a mil por hora, el cerebro solo funciona en fase primitiva y gritando caigo sobre el enemigo...

Clavo la bayoneta aquí y allá, destrozo cada cuerpo que se pone por delante, nada me para. No tengo dolor, mi cuerpo a dejado de sentir, solo la sangre derramada parece darme consuelo. ¡Grito!, ¡gritan! no puedo parar, alguien me agarra del brazo, me vuelvo para atacar, y alguien me golpea con su fusil. Caigo al suelo con un dolor espantoso, lloro, los brazos me queman de dolor, lloro, se acabo, este es el fin.
La muerte por fin calmara mi dolor....

¡Walter! ¡Walter! alguien me grita, ¡se acabo!...
¡Despierta!, el enemigo ha huido, ¿están bien?
¡Walter!




Nota: Nada más terminar "la trinchera", ya tenía decidida, la segunda parte. Como es una de las que más polémica ha suscitado, debida al tema que trata, decidí estos días, publicar la segunda parte. He querido darle un final un poco más suave, pues la suerte del soldado Walter, no era el motivo de mi escrito. Espero que os haya gustado, y si os habéis puesto durante al menos un solo segundo, en el lugar de este soldado. Comprenderéis lo cruel e inútil que es la guerra.

1 comentario:

  1. Las guerras siempre terminan en derrota... porque son una derrota en si mismas. Lastima el dia en el que hombre olvido el valor de la palabra. Felicidades Antonio... cada dia escribes mejor. No lo dejes nunca.

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