viernes, 19 de marzo de 2010

La pregunta.





La campana de la pequeña escuela. Replicaba una y otra vez, como cada mañana. Los pequeños alumnos, se apresuraban por llegar a tiempo a clase.
Nuestro joven, mordía un trozo de pan, mientras su madre le ajustaba la bufanda en el umbral de la casa, y casi, como por arte de magia, a la vez, lo abrigaba, lo besaba y le colgaba la cartera. Y todo, mientras Juan terminaba el desayuno. Mientras la madre lo veía marchar corriendo, ella esperaba el lugar en el que Juan, cada mañana se detenía.
Terminado su bocado, se giraba para despedir a su madre con un saludo y una sonrisa. Ella sonriente volvía a entrar.
La aldea, una pequeña e aislada población en lo alto de unas montañas, no ofrecía mejor pasatiempo que acudir a la escuela para aprender y para pasar las horas en compañía de los demás jóvenes.
Cuando Juan llego a la puerta de la escuela, la campana ya no sonaba, pero la joven profesora, esperaba a cada alumno de pie en la marquesina de la puerta y les invitaba a entrar con una sonrisa.
Juan escuchaba cada día las maravillosas historias que su profesora les narraba, sobre lugares increíbles, hechos grandiosos… de personajes tanto reales… como fantásticos, de seres mitológicos, y claro está, a leer y a escribir.
Y así llegar a poder vivir algún día, aventuras como las que ella nos relataba.
Juan empezó a darse cuenta de que había muchas cosas que no entendía, cada vez que miraba a su alrededor, nada delataba el hecho de que alguien más compartiera su preocupación.
Así que cada día se atormentaba más y más. Demasiado preocupado por parecer un tonto, u ofender a su profesora, o por simplemente no soportar las burlas de sus compañeros, prefería no preguntar. Y así cada día Juan veía a todos sus compañeros abandonar las clases satisfechos por haber comprendido todas y cada una de las palabras allí dichas. Y él, por el contrario, cada día se sentía más inferior.
Todo esto ocurrió, hasta que un día, justo cuando como cada día, la profesora al terminar la lección preguntaba si alguien tenía alguna duda… Juan levanto la mano.
La vergüenza y el miedo parecían oprimirlo tanto, que casi no pudo esbozar una palabra. Las risas y las miradas, aun empeoraron más la situación. Pero su profesora, lo tranquilizo y cuando Juan se dio cuenta, su profesora volvía a explicarlo de nuevo, y esta vez Juan, comprendió perfectamente lo que su profesora amablemente le volvió a explicar.
Cuando la clase termino, todos salieron a toda prisa. Juan un poco avergonzado y con la cabeza gacha, atravesó la puerta de la escuela.
Su profesora en un gesto de cariño, revolvió el pelo de Juan, que con una sonrisa abandono corriendo el lugar.


“Cada día, nos enfrentamos a situaciones parecidas. El ignorante es solo aquel que no quiere saber.....y no aquel que quiere saber...”



Nota: como veréis, estos cuentos son para mis sobrinos. Espero que algún día pronto, les pueda contar no solo este, sino los cientos de cuentos que ya tengo en mi cabeza para ellos… para Mario, que ya tiene dos meses y para el siguiente que será Hugo, que nacerá en agosto. Y elegí este en particular hoy, para Marta, que amablemente me enseña a dejar de ser un ignorante en muchas cosas, ¡¡¡gracias profe!!!
Y ya sé que es infantil y simple…jajajaja… son para enseñarles valores y cosas, y empezare muy joven a contarles cuentos, deben ser simples supongo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Datos personales

Mi foto
Puerto Real, Cadiz, Spain