domingo, 23 de enero de 2011

La botella verde.




Cuando se tiene a alguien a lado que te da tantas alegrías como quebraderos de cabeza… no cabe las más mínima oportunidad o resquicio para dejar de ser, esa persona dispuesta a cualquier salvedad para animarla, cuidarla o ayudarla… Ya va a ser tres años desde que tengo una ahijada adoptiva. Una persona que ha llenado el hueco de la hija que aun no pude tener. Este es un cuento que le conté una noche para animarla, uno de los muchos de los que le conté, y que han hecho, ¡ojala! que yo estuviese no solo a su lado, sino a la altura de sus expectativas.


“La tienda que dominaba la amplia calle peatonal… no era más que una simple tienda de barrio, como las que conocemos todos. Sus productos, botellas de distintos tipos, colores y formas… se amontonaban bien dispuestas en el amplio escaparate. La tienda dedicada a vender envases de vidrio para distintos usos, era transitada a diario por multitud de personas y oficios. Muchos de ellos elegían la que más se adaptaba a su necesidad, pero también por simple capricho. Sus usos eran muy dispares, unas botellas servían para líquidos densos, con cuellos largos y finos… otros eran utilizados para almacenar cosas en líquidos, y disponían de cuellos amplios… otros para perfume, para vino, para alcohol…y en fin, miles de botellas y miles de usos.
La estantería cubría toda la amplitud del escaparate… y sobre ella el tendero dispuso sus mejores botellas…
Cada día vendía una u otra, y durante mucho tiempo esto fue así… el tendero sin saberlo, no se percataba de que una botella en particular no se vendía y a nadie parecía llamarle la atención. La botella, una bonita botella verde, de una forma muy normal, pero alta y de un cristal excepcional. Se mantenía discreta entre sus compañeras sin destacar.
La botella triste veía cada día, como alguna compañera se vendía y se marchaba de la tienda acompañada de un dueño que le daría el uso al que hubiese sido destinada…
Nuestra botella no tuvo esa suerte. Y durante años permaneció inmóvil en aquel escaparate, de aquella tienda en aquel lugar. Un año, dos años, tres años… nuestra botella perdió la cuenta del tiempo que estuvo allí. Y sin saberlo triste y desmoralizada, derramaba lágrimas de tristeza en su interior. Ver desfilar ante ella multitud de personas, sentir que a nadie le gustaba. ¿Bien por su aspecto?, ¿bien por su forma?, o ¿bien por su color?… la hacían aun empeorar más en su estado de ánimo.
Y esto ocurrió durante mucho… mucho tiempo…
Un día la botella empezó a derramar las lágrimas sobre la estantería. El tendero extrañado advirtió que la botella estaba llena y se pregunto qué seria aquel líquido que dentro de la botella no recordaba que estuviese. Extrañado cogió la botella y durante varios minutos se pregunto qué seria aquel líquido. Tuvieron que pasar varias horas para que el tendero se atreviese no solo a oler aquel líquido, sino también a probarlo.
Y cuál fue su sorpresa, cuando lo probo, le embargaron un millar de sensaciones, sensaciones que no supo describir…
Fascinado transporto la botella a una bonita vitrina muy bien iluminada, en un destacado lugar de la tienda.
Cada día el tendero introducía el dedo en la botella y lo sacaba húmedo de aquel liquido que parecía no agotarse, lo relamía y la sensación era tan fascinante para él, que empezó a admirar la botella de tal manera, que incluso cuando sus clientes atraídos por la nueva imagen de la botella despertó igual fascinación entre ellos, ningún precio que pusieron a la botella fue lo suficientemente tentador para que aquel tendero quisiese deshacerse de su nuevo descubrimiento.
Ahora todos lamentaba no haberse percatado antes de la botella… muchos comentaban recordarla, y se lamentaban de no haberse percatado de su belleza antes…
La botella paso de ser ignorada en una estantería a deseada por muchos…pero eso si, en otra estantería…”

Cuando la gente se fija en nosotros, a veces no nos gusta pensar que solo es por nuestro interior, otras veces nos enfadamos porque creemos que solo nos valoran la imagen… estos son tonterías que debemos olvidar… porque nos hará igual de desdichado…
Quien nos quiere, nos quiere como somos en conjunto, ¡eso sí! es normal que destaquemos en algo… pero no valoremos solo la botella por su forma o por su contenido… admiremos su conjunto porque nadie es nadie si no tiene las dos partes… y en definitiva es cuestión solo de esperar a esa persona que nos haga sentir bello tanto por dentro como por fuera…



Para Susana.

viernes, 14 de enero de 2011

Bajo la palmera.




Hace años le conté una historia a una muchacha sobre algo que le ocurría con un chico. Quería hacerle ver lo que ella aún no veía: algo que el destino hoy me ha hecho recordar de nuevo. Y hoy precisamente también se lo he contado de nuevo a otra amiga, aunque ésta vez me aplicaba en cierto modo también yo el cuento...
He decidido contárosla hoy a vosotros .


La historia empieza así:
"Cada día, posiblemente en algún desierto alejado de aquí, un joven se acercaba a una palmera del lugar porque era la única que lucía un bello coco en su copa, y esto al joven le provocaba un estado de atención sin igual. Para él no había otra cosa que hacer que admirar el redondeado coco que lucía allá arriba…
Durante muchas horas seguidas el joven se mantenía inmóvil bajo la palmera; nada atraía más la atención de aquel adolescente que el dichoso fruto que de allí colgaba…
Por supuesto el muchacho no hacía nada más que observar el coco,ya que tenía la leve esperanza de verlo caer y así hacerse con aquel fruto.
Nada hacía prever que el coco cállese, al menos de momento… y todos parecían advertirlo menos él.
Así que el joven perdía su preciado tiempo en esperar algo que se presentaba incierto.
Varios jóvenes del lugar intentaron persuadirlo para que abandonase aquella estúpida idea, pues había muchas más cosas, mejores e interesantes que hacer a cada momento.
Nada con que lo tentaron fue fructuoso… y lo que es peor, el chico testarudo todavía se empeñaba más en lo que hacía, dedicando un tiempo precioso a aquella, de momento, inútil empresa.
Un día, una jovencita, cansada de la estupidez y la ignorancia de aquel joven, se armó de valor y decidió acercarse a él. Decidió confesarle que se había cansado de esperarle. Él, que apenas le prestaba atención, permaneció de pie inmóvil e impasivo, ante las palabras de ella.
La joven se percató de su indiferencia y, apenaba, se marcho.
El dolor y la tristeza que la embargaron, le sirvieron para convencerse de la realidad: aquel muchacho nunca se interesaría por nada más de lo que justo enfrente tenía.
Abatida y con lágrimas en sus ojos,volvió la vista atrás y le dedicó estas pocas palabras:

¡¡Ni siquiera sabes si te gustan los cocos!!"

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