sábado, 30 de enero de 2010
La trinchera.
Frente occidental, en algún lugar entre Francia y Alemania, finales de
1916.
Apenas recuerdo que día es hoy, creo que es sábado, pues nos han
repartido migas de pan y caldo. Hacía tres días que no comíamos.
Hace dos semanas aproximadamente que llegue. Cuando llegue, me
sorprendió ver un carta envuelta en plástico, justo donde ahora tengo
mi sitio, cada soldado, escribe una carta justo el día antes, de ser
ordenado atacar las líneas enemigas. Sé que estoy sentenciado, es
inevitable que llore cada noche. Lo que he visto en estos días, ha acabado con la
poca humanidad que me quedaba. Hoy el día esta como el día en que
llegue, eso ha propiciado que estemos aquí tanto tiempo. La lluvia inunda
de agua y barro el foso. No recuerdo lo que es estar seco, ni el calor del
sol. Dormimos todos juntos, lo mas pegado posible. Cada mañana,
observamos que muere alguien. El frió es tan intenso de noche, que
muchos mueren sumidos en un letargo, que me da miedo. Cada mañana
hacemos un hueco en la pared del foso, e intentamos tapar los cuerpos
de los compañeros muertos. Es duro, pues cada día las paredes se
desmoronan por las lluvias torrenciales, y los cuerpos vuelven a aparecer
inundando nuestras mentes de atroces imágenes de cuerpos hechos
jirones. Aunque tenemos un pequeño paso hacia atrás que conduce a un
hoyo que hemos habilitado como letrina, muy pocos la usan. Es muy
peligroso moverse, con lo que el hedor es insoportable. Pero lo hacemos
para disimular el olor a muerte que se respira, lo preferimos. Cada
guardia, la paso mirando por el prismático de trinchera, solo veo muerte.
Cada explosión cercana ya no me sobresalta, a veces esperamos a ver
que devuelve la explosión a la trinchera. Es duro ver partes destrozadas
de tus compañeros muertos caer de nuevo sobre nosotros.
Cuando miro, por la mañana, cuando nada se mueve y mucho menos el enemigo.
Veo como los perros salvajes devoran a los cientos de soldados que no
consiguieron ni avanzar veinte metros, en el último ataque.
Algunas veces hemos presenciado cómo alguien perdía la cabeza,
debido a la presión y se lanzaba desesperado fuera de la trinchera. Eso
solo significaba dos cosas, si los tiradores enemigos no lo abatían,
lo hacían los nuestros. Desertar, se paga con la vida.
Mañana será un buen día, seguramente dejara de llover, y en cuanto el
terreno no sea un lodazal, nos lanzaran a un ataque suicida. Enfermos,
hambrientos, asustados, infestados de pulgas y piojos, mordidos por las
ratas, con pies destrozados por la humedad, el frio y muchos con
miembros gangrenados, hará que nadie consiga avanzar ni veinte metros.
Pero algo si conseguiremos, la oportunidad de librarnos de este infierno
y recobrar un poco de la humanidad que esta maldita guerra nos quito.
Soldado Walter Hutchin.
NOTA: He intentado resumir un poco las calamidades que pudieron sufrir los soldados de ambos bandos. Esta historia está inspirada en hechos reales. En una sola jornada de la batalla de Somme, que bien podía ser parecida a esta, murieron más de 62.000 soldados, solo en este
frente de batalla y en un día.
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