martes, 26 de enero de 2010

La planta.




Un día, un hombre azotado por la pérdida de su mujer, y embargado por la tristeza de no haber tenido hijos. Se hundió en una terrible depresión. Sus penas, conmovió a un hada que se apiado de él. El hada le pregunto cuál era el motivo de su pena. Él le contó que había perdido a su mujer, a la que amaba con locura, y su sueño de tener un hijo, desapareció el mismo día que ella murió. El hada conmovida por la triste historia le dijo al hombre que ella como hada no podía darle lo que pedía, pero le regalo una planta, llamada mandrágora, cuya forma se asemeja mucho a un niño. El hombre recibió el regalo, con agrado. Durante días llevo a la planta al pueblo, la presento a sus vecinos, le compro ropa y todo lo que pudiese necesitar, le enseño su hogar y los alrededores. Durante días el hombre se dedico por completo a cuidar de lo para el ya era su hijo. Un día el hombre, pregunto al párroco de su pueblo si podrían bautizar a su hijo, Juan se llamaría. El párroco sorprendido por lo inusual de la proposición y para rehuir herir al hombre, le comunico que le daría la respuesta en breve. En el pueblo, todos pensaban que el hombre, llevado por la locura de la perdida de la mujer, se había embarcado en una locura que ellos debían atajar. Decidieron entrar por la noche, y robar la planta, y así lo hicieron. El hombre al percatarse de la desaparición de su hijo, pronto empezó a buscarlo por los alrededores mientras gritaba su nombre, recorrió todo el pueblo. Sus vecinos tentados estuvieron de devolverle la planta. Pero era tal sus creencias de que hacían el bien, que para evitar tentaciones, decidieron deshacerse de la planta, y decidieron echarla al fuego. Ante las miradas atónitas de los allí presente, la planta no solo no ardió, sino, que empezó a emitir un ruido, parecido al chillido de una persona. Asustados, decidieron, deshacerse de la extraña planta en el río, la planta no solo no se hundía, sino que la corriente no parecía afectarla, quedaba constantemente barrada en la orilla. Preocupados, decidieron cortarla en pedazos, pero el primer corte solo provoco, que un chorro de liquido rojo, similar al jugo de la remolacha, asustara más aun a los vecinos. Asustados y creyendo haber cometido un grave error, decidieron enterrar la planta en un lugar lejano. El hombre mientras no ceso, en su búsqueda, miro en todos los rincones, pregunto a todos, recorrió todos los caminos, miro en todos los campos, incluso visito los pueblos de los alrededores. Era tal la pena y el dolor, que embargaba al hombre mientras recorría una y otra vez el pueblo, que los vecinos empezaron a sentirse tan avergonzados del hecho, que ninguno jamás admitirían la crueldad del acto que llevaron a cabo contra aquel pobre hombre. Fue la pena y el dolor lo que izo que el hombre muriese. Sus vecinos cargarían por vida, con el remordimiento de su cruel acto.

Pase lo que pase, no somos nadie para juzgar a los demás, todos tenemos derecho a ser feliz, como decidamos serlo. El mundo no siempre lo vemos, tal y como es.

1 comentario:

  1. Esta historia es de las que más me ha gustado, una idea original y una buena moraleja.

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